CASA BALCANES
  Turismo   Bosnia y Herzegovina 15/01/2013

En Travnik, tras los pasos de Ivo Andrić

Autor: Albert Lázaro-Tinaut

En el otoño de 2008, el transeúnte recorrió durante unos cuantos días las maltratadas tierras de Bosnia-Herzegovina, empujado por los dolorosos recuerdos de las imágenes de una guerra que se había desencadenado pocos años antes en medio de Europa, en el corazón de los Balcanes, a una distancia relativamente pequeña de su casa; y quedó cautivado por los paisajes, las ciudades y, sobre todo, la gente que allí encontró. Con las heridas de aquella guerra aún mal cerradas y las cicatrices visibles por doquier, se movió un poco al azar por el territorio de un país casi inexistente, que le habría parecido fantasmagórico si no hubiera sido por la vitalidad y la dignidad de sus habitantes. Volverá a hablar más de una vez de él en esta bitácora.

Alguien procedente de allá, que había huido a tiempo de la hecatombe, recomendó al transeúnte que se adentrara en el centro de aquel espacio geopolítico y visitara dos ciudades que habían sido claves en la historia del país: Travnik y Jajce. A Travnik ya tenía previsto ir, si podía, atraído por la biografía y la obra de Ivo Andrić, el escritor que nació allí y que fue distinguido con el premio Nobel de literatura en 1961. El transeúnte había leído en su adolescencia la primera traducción al castellano de su obra más conocida, Un puente sobre el Drina, cuando el editor Caralt la publicó, en 1963.

Bosnia-Herzegovina (BH a partir de ahora) es un país dividido en dos entidades nacionales: la Federación de Bosnia-Herzegovina (Federacija Bosne i Hercegovine o croato-musulmana, como algunos la denominan), que ocupa el 51% del territorio, y la República Serbia (Republika Srpska), que ocupa el 49%. Esta división, bastante azarosa y que comportó grandes movimientos de población, fue establecida por el acuerdo de Dayton (oficialmente: General Framework Agreement for Peace –GFAP–, estipulado el 21 de noviembre de 1995 en la base aérea estadounidense de Wright-Patterson, cerca de Dayton, Ohio), que, según la historia oficial –la realidad la contradice constantemente–, resolvió el “conflicto civil yugoslavo” y, de paso, “el conflicto de Bosnia” (¡fijaos en el eufemismo tras el que se enmascaró aquella espantosa tragedia que dejó asolado el país entre los años 1992 y 1995!). Pero, de hecho, en la actual BH se enfrentan, además de otros más ocultos y sutiles, y sobre todo más oscuros, los intereses de tres grandes comunidades muy bien definidas: los serbo-bosnios, los bosnio-croatas y los bosniacos (bošnjaci, denominados Musulmanes, con m mayúscula, durante muchos años y hasta hace relativamente poco, por los regímenes titista y post-titista yugoslavos), sin que tengan ningún papel representativo en las instancias políticas algunas minorías nada menospreciables, como los judíos o los rom (gitanos), por ejemplo.

Travnik, a unos 70 kilómetros al noroeste de Sarajevo, es actualmente la “capital” del cantón (pequeña entidad político-administrativa) de la Bosnia Central (Srednjobosanskog kantona), uno de los diez kantoni adjudicados por el acuerdo de Dayton a la Federación de BH. Como muchos otros, es un cantón mixto donde conviven en relativa armonía unos 50.000 ciudadanos de, por lo menos, dos de las tres grandes comunidades que conforman la realidad humana de BH: bosnio-croatas y bosniacos. La ciudad, de forma alargada, con una estructura casi calcada de la de Sarajevo, se extiende de este a oeste sobre las dos orillas del río Lašva, y los barrios septentrionales y meridionales trepan por las colinas y las pendientes de las montañas.

Lugar estratégico en el valle del Lašva, encajado entre los macizos montañosos de Vlašić, al norte, y Vilenica, al sur –que forman parte de los Alpes Dináricos–, Travnik ha tenido siempre un papel histórico destacado, primero como asentamiento de pobladores neolíticos y después como colonia romana (en la provincia de Iliria); más tarde, dentro del Imperio bizantino, estuvo integrada en el reino de Croacia –se la conocía como la “Croacia Roja” –. En el siglo XII, cuando se formó el reino independiente de Bosnia, que tenía su capitalidad en Jajce, el territorio de Travnik pasó a ser una provincia (župa Lašva) y en la ciudad se construyó, a principios del siglo XV, la fortaleza (el Kaštel). Después, a partir del año 1463, cuando el reino fue anexionado por Mehmet II, sultán de la Sublime Puerta, y se inició el largo período de la ocupación otomana, Travnik fue sede del visir de Bosnia, y a comienzos del siglo XIX se convirtió también, aún como ciudad otomana, en un importante centro diplomático al establecerse allí representantes de los gobiernos de Austria y Francia.

La presencia de legaciones extranjeras, “cristianas”, en Travnik supuso un cambio notable en la dinámica de la ciudad. Aquel momento está magistralmente descrito por Ivo Andrić en una de sus mejores obras: Crónica de Travnik. A pesar de las resistencias y reticencias de los dignatarios locales, temerosos de que los extranjeros instaurasen costumbres perversas y, sobre todo, acabaran con sus prebendas, en las postrimerías del mes de febrero de 1807, “el último día del ayuno del ramadán, una hora antes de la cena ritual, bajo el frío sol que marchaba a su ocaso, la gente de los barrios bajos pudo contemplar la llegada del cónsul”, dice Andrić al final del primer capítulo de la novela refiriéndose a la aparición en la ciudad del representante del entonces mítico –especialmente en aquellos parajes– Napoleón Bonaparte, y de su pequeño séquito. Y continúa narrando Andrić: “En el centro de la comitiva, sobre un caballo tordo, gordo y viejo, cabalgaba el cónsul general francés, el señor Jean Daville, un hombre alto de ojos azules, cara rubicunda y bigotes rubios. Junto a él, un compañero de viaje casual, el señor Pouqueville, que se dirigía a Jannina, donde su hermano era cónsul de Francia. Tras ellos, a unos cuantos metros de distancia, montaban Pardo, el judío de Split, y dos corpulentos habitantes de Sinj al servicio de Francia”. Y al comienzo del segundo capítulo del libro, leemos: “El séquito del cónsul se alojó en la posada, y el cónsul y el señor Pouqueville, en la casa de Josif Baruh, el judío más rico y respetable de Travnik, porque la mansión que se estaba restaurando para el consulado francés no estaría acabada hasta dos semanas más tarde”.

En aquellos años, la cotidianidad de Travnik se precipitó hacia una profunda transformación. Los comisionados de los imperios de Occidente impulsaron los intercambios comerciales y la ciudad se convirtió en etapa imprescindible en las nuevas rutas impuestas por la modernización del Imperio otomano. Después de siglos de aislamiento y de un cierto oscurantismo, por sus calles comenzaron a pasear extranjeros, hablantes de diversas lenguas que utilizaban el francés como lingua franca. No pasarían muchos años hasta que los Habsburgo, amparados en las decisiones del Congreso de Berlín, se hicieran cargo de la administración de Bosnia (1868), iniciasen de esta manera la expansión del Imperio austrohúngaro hacia los Balcanes centrales y emprendieran un proceso de industrialización alrededor de Travnik, especializado mayormente en la manufactura textil y la madera. Cuando en 1908 el territorio bosnio se integró de facto en el Imperio bicéfalo, la ciudad y su entorno habían perdido buena parte de su legendaria “autenticidad balcánica” (lo que los franceses denominaban couleur locale), aunque la mayoría de sus habitantes nunca se benefició del progreso económico y, por tanto, no modificó demasiado su estilo de vida tradicional. En el barrio viejo el transeúnte aún halló algunos –escasísimos– vestigios de esa tradición, y pensó que sería bueno que el veneno del mercantilismo no le diera el golpe de gracia. Inshallah!

La Travnik de hoy es lo que queda de la gran transformación que sufrió la ciudad durante los años en que BH formó parte de Yugoslavia (1918-1992) y como consecuencia de la guerra reciente. Pese a que bosniacos y bosnio-croatas están integrados, oficialmente, en la misma Federación, continúan divididos en muchos sentidos, como en el delicado terreno de la educación (los programas educativos de las tres grandes comunidades que conforman BH, por ejemplo, son diferentes, y más vale no hablar de las enormes contradicciones que se encuentran en los manuales de historia); la convivencia aparenta normalidad –o al menos es lo que le pareció al transeúnte cuando visitó la ciudad y lo que le manifestaron, con su espontaneidad hacia el extranjero, siempre bienvenido y acogido con la tradicional hospitalidad balcánica, las personas con las que habló–. Sin embargo, la separación física entre las dos comunidades en Travnik es manifiesta. Mientras que las instituciones croatas (católicas) se sitúan al sur del núcleo urbano (es decir, en la orilla derecha del Lašva), en la orilla izquierda del río se asientan mayoritariamente los bosniacos. La iglesia de la ahora reducidísima comunidad ortodoxa también se halla al sur de la ciudad, en los barrios de mayoría católica.

Desde el punto de vista monumental, la islámica otomana es, sin duda, la cultura que ha dejado la arquitectura más interesante. Al transeúnte le impresionó la bellísima mezquita Sulejmanija, conocida popularmente como Šarena džamija (‘la mezquita coloreada’), uno de los escasos templos musulmanes decorados tanto interior como exteriormente. La parte inferior, a nivel de la calle, que soporta el templo con hileras de formidables columnas, es el Bezistan, el bazar. El edificio se acabó de construir en el año 1757 y es una de las joyas del arte islámico en los Balcanes.

La Šarena džamija se levanta en el barrio más oriental de la ciudad, el más antiguo, conocido como Donjoj Čaršiji, la parte baja, donde está también la Sahat-kula na Musali (la torre del reloj de Musala) y la zona más animada de Travnik, con cafés, restaurantes y un sinnúmero de joyerías que ofrecen una cantidad impresionante y muy variada de piezas de plata, oro y oro blanco de gran belleza a precios bastante atractivos para los visitantes procedentes del “mundo rico” (“¿Cómo se puede vender todo esto?”, se preguntaba el transeúnte al ver aquellos tesoros). También se encuentra, en la plazoleta que se abre delante del bazar, una pequeña librería y una serie de comercios tradicionales. De esta plazoleta arranca la calle más larga y popular de Travnik, la Bosanska ulica, que atraviesa casi toda la ciudad de este a oeste.

Después de haber recorrido esta parte del núcleo urbano, el transeúnte cruzó –¡con todas las precauciones del mundo!–, la Magistralni put, es decir, la carretera general M-5, y reunió ánimos para trepar por las primeras estribaciones del macizo de Vlašić, donde descubrió uno de los arrabales más interesantes de Travnik. De repente, a partir del lienzo blanco de un cementerio islámico y con la mirada fija en un panorama sorprendente de minaretes que se alzan a diversos niveles por la pendiente de la montaña, se dio cuenta de que cruzaba una serie de mahali, pequeños barrios musulmanes casi superpuestos. Entre las mezquitas, más grandes o más pequeñas, diseminadas por este sector destaca por la elegancia de sus líneas la Jeni džamija (la ‘mezquita nueva’), a los pies del Stari grad, ampliación otomana del Kaštel medieval, con su minarete de piedra gris, que domina Travnik y buena parte del valle desde la altura rocosa donde se asienta.

Ya ha dicho el transeúnte que uno de los motivos que lo llevaron a Travnik era seguir los pasos de Ivo Andrić, autor controvertido, sobre todo desde la desaparición de la Federación de Yugoslavia, y reivindicado (o infamado, según el caso) por las tres comunidades: nació en Dolac, en la Bosnia entonces controlada por el Imperio austrohúngaro, el 9 de octubre de 1892; era de nacionalidad serbia, pero de religión católica; estudió en Zagreb, Cracovia, Viena y Graz, se consideró siempre yugoslavo y murió en Belgrado (capital de la República Federal Socialista de Yugoslavia), donde residía, el 13 de marzo de 1975. ¿Quién no quiere “para los suyos” una gloria nacional yugoslava, un premio Nobel de literatura “por la fuerza épica con la que describió los destinos humanos de la historia de su país”? Pero, ¿qué país? Para muchos, aún Yugoslavia; para los serbios, Serbia, donde había fijado la residencia –en Belgrado está el principal museo dedicado a su memoria y la fundación que administra los derechos de autor de sus obras–; para los bosnios, naturalmente, Bosnia, donde nació y donde están los escenarios en los que se desarrollan sus obras más notables, Na Drini ćuprija (‘Un puente sobre el Drina’) –un puente de la ciudad de Višegrad, integrada ahora en la República Srpska, a pocos kilómetros de la frontera con Serbia– y Travnička hronika (‘Crónica de Travnik’), las dos publicadas en 1945, después de la segunda guerra mundial.

Sea como fuere, Andrić vivió en Travnik, en una elegante y bonita casa que hallamos en el número 13 de la calle Zenjak, limítrofe con barrio antiguo de la ciudad, convertida ahora en museo-memorial, con un restaurante algo chic en los bajos donde muchas parejas celebran su banquete de bodas. Al transeúnte le dijeron que nació allí, pero las fuentes fidedignas señalan que su madre lo alumbró en una localidad próxima que se llama Dolac. En todo caso, aquella casa de Travnik fue su casa y, además de numerosas fotografías, una decoración y un mobiliario muy “a la otomana” y un montón de recuerdos, conserva una buena colección de ediciones de sus obras y de traducciones a diversas lenguas.

El transeúnte no podía quedarse mucho más tiempo en Travnik. No pudo visitar la madraza, por ejemplo, en el extremo oriental de la ciudad, ni el mausoleo de Ibrahim-dedo, algo alejado del centro, en las afueras, junto a la carretera de Sarajevo; ni el Museo de la Ciudad. Sí que vio de pasada los mausoleos de los visires, la torre Hasanpašić y la céntrica mezquita de Hadzhi Alibei.

Para salir de la ciudad, igual que para llegar a ella, el transeúnte tuvo que caminar un buen rato hasta la estación de autobuses, que está al oeste de la ciudad, en el barrio de Kasarna, en el otro extremo del centro histórico. Se dijo que volvería a Travnik para visitarla con más calma, aun sabiendo que el viajero se siente inevitablemente atraído por los cantos de sirena de los lugares que desconoce.

Referencias bibliográficas:

- Ivo Andrić: Crónica de Travnik. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek. Editorial Debate, Barcelona, 2001. Las citas se han reproducido de esta edición.

- Ivo Andrić: Un puente sobre el Drina. Traducción de Luis del Castillo. Editorial Debate, Barcelona, 1996.

Fotografías:

- Travnik al atardecer desde las alturas septentrionales.

- El río Lašva.

- Una postal de Travnik de finales del siglo XIX.

- Sello del correo militar austrohúngaro de Bosnia-Herzegovina.

- La Šarena džamija (‘mezquita coloreada’) y las columnas del Bazistan (bazar).

- Imagen de la parte baja de la ciudad vieja.

- La Jeni džamija (‘mezquita nueva’).

- Ivo Andrić delante del puente sobre el Drina en Višegrad.

- La casa-museo de Ivo Andrić.

- La mezquita de Hadzhi Alibei.

Traducción del catalán: Carlos Vitale
(Fuente: Transeúnte en pos del norte)
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