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  Cultura   Cricova 07/03/2013

Mojar los labios en el vino de Hermann Goering

Perdidos en Cricova

No se sabe con seguridad pero si las malas lenguas no dicen mentira, una de esas 2.000 botellas podría dejarle un amargo regusto al apurar su copa. Se rumorea que las bodegas de Cricova, en Moldavia albergan los caldos de la colección privada de Hermann Goering, lugarteniente de Hitler y morfinómano irredento. El hedonista y regordete nazi no se caracterizaba precisamente por la austeridad, porque aparte de acumular kilos, su gusto por lo suntuario le llevó a atesorar obras de arte, caros relojes y los vinos que hoy se guardan en tierras moldavas. ¿Qué cómo llegaron allí las botellas de Mosela del 35? Al parecer el Ejército Rojo lo custodió como botín de guerra hasta que el ministro de Agricultura, Benedikt Ivan Aleksandrovich quiso gratificar a los viticultores de Crimea y Moldavia con este inesperado regalo.

Pero no es la única sorpresa en estas kilométricas cavas, porque Cricova está literalmente excavada y estas bodegas albergan otros tesoros como la botella roja del “Easter in Jerusalem”, que la primera dama israelí Golda Meir regaló a los propietarios para la inauguración. Los subterráneos de Cricova tienen mucho que callar, porque por sus pasillos han estado desde Mao hasta Kim Il Sung, pasando por el diplomático español Javier Solana, el presidente del COI, Juan Antonio Samaranch y no, Boris Yeltsin no recaló en ellas, no porque no le hubiese apetecido probar los licores embotellados, tan conocidos por los líderes Partido Comunista soviético –costumbre mantenida por el omnipotente Putin que celebró su 50 cumpleaños bajo tierra entre botellas moldavas-, sino por la alergia de su esposa a los viajes. Uno que sí se perdió literalmente durante dos días en 1966 en las simas de Cricova fue el astronauta Yuri Gagarin. Lo mismo formaba parte de su reentrada en la atmósfera terrestre… De su paso por los pasillos moldavos queda testimonio de su ofrecimiento de traer metal de la luna o de otros planetas si fuera necesario para reconocer con las medallas que hiciera falta la excelencia de sus caldos. Cuenta la leyenda que en uno de sus paseos para “desintoxicarse” de tan benéfica guarida, la alegría le llevó a estrellarse con su coche. Quizá el frescor de sus galerías –la temperatura se mantiene estable entre los 11 y los 14º durante todo el año- hizo al astronauta buscar el calor de aquellos reconfortantes subterráneos, donde exaltar de nuevo la amistad de unos vinateros tan productivos.

Es extraño que se desorientara incluso dentro del recinto, porque el gigantesco dédalo de Besarabia cuenta con letreros alusivos (calle del hilo de Ariadna, vía Dionisos, boulevard champagne, calle cabernet…), incluso con semáforos para regular el tráfico de los trabajadores que supera los quinientos operarios. Comodidad dentro y fuera de los silos del vino, pues ya en la era Brezhnev se acondicionaron las carreteras que conducen al recinto para que los grandes catadores de estas delicias, potentados mundiales, no se marearan antes, sino una vez degustado el licor de sus botellas. Tal vez el arrepentimiento llegara durante los años de Gorbachov, en que la prohibición del alcohol habría puesto en peligro la supervivencia de tan extensa provisión de vinos, hasta 640 variedades, de no haber sido por los pasadizos secretos.

Con 250 kilómetros de pasillos, 120 de ellos abiertos al público, galerías de entre 6 a 7,5 metros y alturas de 3 a 3,5 metros, algunas de ellas a 100 metros de profundidad, cubriendo 53 hectáreas los depósitos de vino y a tan sólo 18 kilómetros de la capital moldava, Chisinau, su origen se remonta a la iniciativa de dos enólogos, Petru Ungureanu y Nikolai Sobolev que decidieron dar un nuevo uso a las minas de piedra caliza, antaño ocupadas por el Mar Sármata, lo que, unido a la creación en 1950 de la Academia de Ciencias del Instituto de Investigación en horticultura, viticultura y enología daría alas a esta locura enológica de la que saldría su primera cosecha entre 1953 y 1954. La villa de Mileştii Mici ya se conocía en el siglo XI a. de C., se alzó con la victoria en 2007 del récord Guinness como la mayor colección de vinos, dos millones por aquel entonces que cada año se revalorizan según los expertos en un 30%.

Lo que quizá les resulte un tanto kitsch en este reino del vino es la decoración de los salones, repletas de grupos escultóricos en mármol, mobiliario en maderas nobles y columnas de regusto grecolatino, así que si les apetece un chapuzón en vino siempre pueden remojarse en la fuente de cabernet de la entrada sin desentonar con este paraíso etílico.

Autora: Alicia González

Les dejamos con un rápido deambular por las callejas de esta Cricova subterránea

Enlaces de interés:

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