No, lo que les vamos a contar poco tiene que ver con lo que verán en
algunos videos en la red. Donald
Bowers por ejemplo, aplica la tradición a su manera, montando en
cochecitos los huevos de Pascua pintados para batirse en esa competición
anual según la cual el poseedor del huevo cuya cáscara resista las
embestidas de otro será el vencedor. Lo habitual es que sean los
chiquillos quienes el Domingo de Pascua se crucen frases de saludo como
“Hristos a Inviat” (“Cristo ha resucitado”), que el otro contendiente
recibirá respondiendo “Adevarat a Inviat” (“Verdaderamente ha
resucitado”), mientras choca su huevo para medir fuerzas. Algo parecido
a esto...
Huevos que habrán de prepararse en jueves o sábado y en completo
silencio. Ese silencio reverencial quizá proceda de la idea de que el
huevo es la trasposición de la tumba vacía de Jesucristo tras la
resurrección, aunque si nos remontamos mucho antes nos encontramos con
algo menos púdico y más pagano como son los mitos de la fertilidad
relacionados con la diosa Astarté y otros rituales precristianos. Puede
que de ahí se entienda que las muchachas casaderas portaran huevos de
color rojo en su pecho para atraer un buen partido y por extensión que
el huevo tomara posesión de toda Europa del Este, pues en todos estos
países se mantiene la costumbre pascual, aunque muchos asocien más la
caza del huevo con las festividades difundidas en películas
estadounidenses.
Pero volvamos al vaciado y al persistente olor a cera caliente que lo invade todo con su densidad que surge de esa especie de brasero a sus pies... Letitia Orsivschi, profesora de artes textiles y decorativas y artesana del Museo del Huevo en la ciudad de Vama, Rumanía, sostiene el huevo con firme delicadeza sobre las rodillas cubiertas por un paño blanco, mientras nos cuenta la elaboración de estas piezas únicas. En su región, Bucovina, una región situada al norte de Rumanía, el huevo natural se vacía y se pinta con cera natural de abejas. Todos los pigmentos de los colores son naturales, creados a partir de cáscara de nueces, zanahoria, menta, lapislázuli... Sanda Grigorescu, la intérprete, nos ayuda a entender las explicaciones de Letitia que al ver nuestra atención ha debido caer en la tentación de creer en nuestro bilingüismo: "El huevo pascual tiene muchísimos significados, el típico que se hace en toda Rumanía es el rojo, pero también se hacen de otros colores. La gente se los come, pero no éstos porque son huevos vacíos". Tranquiliza pensar que no son estas pequeñas obras ovoides pasto de las luchas de la Pascua y que son otros más rudimentarios, aún provistos de yema y clara y pintados de manera uniforme, los que se emplean para ese cometido. Éstos no, éstos son confeccionados artesanalmente y se ofrecen como regalo en esta época del año a la familia. "Cada huevo transmite un mensaje, por ejemplo, prosperidad y tranquilidad para el alma, para toda la vida. Dos de los elementos pintados en la cáscara son mensajes que se transmiten como un deseo a la familia", significando algo así como la oportunidad que se da a la familia en la vida", dice Letitia.
Vemos una gran diversidad de dibujos, de tonalidades sobre cada
huevo, con líneas azuladas sobre el blanco de la cáscara, otros más
amarillentos rasgados por tonos tierras y rojizos, algunos como hendidos
por tinta de tiralíneas y otros con sendas más rotundas y gruesas. Todos
ellos llaman al curioso a manosearlos, pero a la vez, a la prudencia,
por la fragilidad que se intuye. La artesana nos invita a coger uno sin
miedo, al tiempo que nos cuenta que los más livianos son los azulados,
al tener menos capas de cera, frente a los rojos que tienen seis
estratos de cera, lo que proporciona diferencias en el relieve, aunque
las líneas de contorno sean las mismas. Y prosigue con su relato, sin
dejar de hendir con la chisita un diminuto perfilado la
superficie del huevo. Pensando en escoger el idóneo, pedimos consejo a
la creadora. Inicialmente la filigrana de los huevos blanco con diseños
azules parece la compra más adecuada, pero la sobriedad de los huevos
pintados en austeros ocres llama la atención, generando de nuevo la
duda: "Los rojos están relacionados con la Pascua y los azules tienen
otro significado, los demás colores son los de los monasterios.Los más
tradicionales tienen elementos más sencillos, y se hacían cientos de
años atrás, con colores hechos a partir de hoja de cebolla, el negro
extraído del carbón y el rojo de las hojas del nogal". Reparamos en las
similitudes entre esos modelos y colores con la indumentaria de la
artista que nos confirma que son los mismos del traje típico nacional.
"Lo que nunca podía faltar en los huevos más antiguos era una cruz
pintada y los elementos familiares para perpetuar la especie, el pueblo
y el país. Por ejemplo, los hay que simbolizan el trabajo de la familia,
la prosperidad y su eternidad. Los elementos son muy sencillos, y la
combinación es la que los hace complejos. Los más modernos tienen líneas
más finas y han evolucionado mucho los colores, pero hay motivos de más
de 600 años", asegura Orsivschi.
Los motivos ancestrales colorean cada monasterio de los siete que hay en Bucovina, cubiertos de frescos que en tiempos constituían el catecismo visual de los feligreses en una suerte de cómic religioso medieval con fines propagandísticos. "Está pintados por fuera, eso es lo peculiar de la zona. La pintura es de los siglos XIV, XV y XVI y a pesar de que están a la intemperie todavía se han conservado en bastante buen estado. Cada monasterio tenía un color predominante, por ejemplo, Voronet es azul, Suceava es verde, Moldovita es amarillo, Humor es granate..." Arquitectura religiosa en forma de escala de color, reconocida patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1993. Así que Rumanía tiene más colores que Drácula, "que es una leyenda", como dice Sanda, nuestra traductora con sus enormes ojos claros rasgados, no sin antes proponer otras zonas muy hermosas de su país por conocer: Bucovina, Moldavia, Transilvania, claro, o Maramures, "donde todavía la gente camina por la calle en traje regional. Los domingos cuando salen de la iglesia es impresionante, sobre todo para alguien como yo, que soy bucarestina. Ves a cientos de personas, hasta incluso los jóvenes, vestidos con atuendos diferentes, lo que es muy interesante". Nos vamos con el huevo, embalado en su efímera cajita de cartón, sin darnos cuenta de que lo sujetamos con afán casi maternal.
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