CASA BALCANES
  Turismo   Bulgaria 23/01/2012

Casi una isla anclada para usted: Nessebar

Ahora que hemos dejado en manos de Alemania el poder de decidir en asuntos económicos, queremos recordar lo acertados que siempre están los turistas del país de Angela Merkel a la hora de colonizar destinos inolvidables.

Uno de esos casos es el de la localidad búlgara de Nessebar, la Mesembria griega a la que se accede por un istmo mínimo que de romperse un día convertiría a la ciudad en un paraje comparable a las islas croatas del Adriático. Nessebar fue isla en su juventud, pero Bulgaria no quiso dejarla a merced de una conexión en transporte marítimo y construyó para la edad madura de la ciudad del Mar Negro esta lengua de tierra que la conecta con tierra firme.

En sus años mozos, aquellos de los asentamientos de los imperios, bizantinos, búlgaros y otomanos pisaron sus empedrados, trazando el escenario perfecto para que en 1983 fuera declarada Patrimonio de la Humanidad. De aquellos tiempos son sus 42 iglesias, algunas de ellas diminutas, capillas con todo el encanto y la emoción que cada uno le ponga a la religiosidad y con las que necesariamente uno se tropieza en esta pequeña cajita de música que es Nessebar, repleta de carteles en alemán, por la predilección que parecen sentir nuestros vecinos europeos por caminar por estos lares. Para ellos y para usted si lo que le gusta es el chafardeo de un buen mercadillo, en sus estrechas calles se topará con los adminículos ready-made para viajeros: No regrese a casa sin el clásico mantel de estampados búlgaros que le recordarán vivamente a los que adornan los mesones castellanos, o si es más selecto disfrute con el siempre apreciado encaje de bolillos de las hilanderas locales, mientras se asoma a ese oscuro Ponto Euxino como los restos de las murallas tracias, complaciéndose del sosiego o paladeando el aroma a madera de las casas del llamado renacimiento nacional de hace dos siglos –sí ya hace dos siglos del XIX- y en las que uno se imagina perfectamente a los oriundos asomándose a los ventanales mientras se oye de fondo el frufrú de las enaguas bajo la falda. Un paseo por el tiempo en apenas 31.852 km2 y cuya guinda son las playas de Sunny Beach, eso sí, algo más populosas y con mucho menos encanto, pero donde podrá divertirse en sus locales nocturnos hasta altas horas de la madrugada si antes ha picado un cascaval pane (exquisito queso empanado) con una Zagorka (cerveza búlgara) bien fría.

No se preocupe que no se perderá, pero anote en el cuaderno de bitácora la iglesia del Cristo Pantócrator, los frescos de San Stefan con ese olor tan característico de las velas que alumbran los espacios litúrgicos ortodoxos, con sus perfiles adelgazados frente a nuestros rollizos cirios pascuales y, claro, asómese a algún molino para percibir las diferencias con los que no llegó a combatir nunca Don Quijote. Si se da prisa quizá llegue para contemplar las cráteras que se exhiben en el Museo Arqueológico de la que llaman la Perla del Mar Negro y a las que puede ponerles acompañamiento musical escuchando las piezas de Luis Paniagua, músico madrileño experto en recrear los sonidos de la antigüedad.

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