CASA BALCANES
  Sociopolítica   Mostar 19/02/2013

El año que estuve en Mostar…

Crónica de glorias anónimas

Cuando la pesadilla de la guerra en los Balcanes -sea Bosnia, Kosovo o Macedonia, ahora- deje dormir por fin a Europa y los militares españoles tengan de una vez un Ejército profesional en condiciones, los oficiales de esa nueva tropa todavía en ciernes se sentarán delante de los soldados recién llegados y en lugar de contarles batallitas sobre aquellas maniobras de San Gregorio en las que pasaron tanto frío, podrán relatarles el invierno que patrullaron por el bulevar Mostar, con el casco de la ONU o de la OTAN, mediando en una guerra de verdad.

Casi una década ha trascurrido desde que los primeros militares de la Brigada Castillejos II de Zaragoza se sumaron a la Agrupación Málaga, allá por 1992, y consiguieron abrir la “ruta del Neretva”, un corredor humanitario por el que los convoyes de la ONU salvaban como podían el fuego cruzado de serbios y croatas para hacer llegar alimentos y ayuda a Mostar o Sarajevo, desde la costa dálmata. El capitán Fernando Álvarez, del destacamento de Pontoneros de Monzalbarba fue también uno de los primeros soldados españoles fallecido en Bosnia. Una mina colocada en un túnel cerca de Mostar segó su vida en diciembre de 1993, pero no fue el único que murió en estos años. Desde entonces, casi 6.000 hombres y mujeres destinados en cuarteles de Aragón han pasado por la misión de paz de los Balcanes, de los 37.000 que ha enviado España. En 2000, se sumó Kosovo a los destinos después de que la OTAN impusiera sus fuerzas contra el Ejército serbio y ocupara la región ocupada mayoritariamente por albaneses. Pues bien, este invierno se dio una circunstancia única: Aragón tenía soldados en todos los destacamentos (Mostar, en Bosnia, Istok, en Kosovo, y Skopje, en Macedonia, donde se encuentran los logistas de la AALOG 41 de Zaragoza).

Habrá algunos como el capitán Basilio Calvo, de la Brigada de Cazadores de Montaña de Huesca, que tengan varias novelas para contar. Desde que en las Navidades de 1995 llegó a Mostar, no ha parado en las misiones que el Ejército español ha realizado en Albania (para recoger a los refugiados kosovares), Bosnia y ahora, en Kosovo. Calvo, natural de Siétamo (Huesca), podrá contar cómo resucitó casi a una anciana serbia _Svetta_ en un cuchitril de Mostar, o llevó la sonrisa a los refugiados de un tren en Caplinja. Su labor al frente de los Asuntos Civiles es de las más agradecidas de los militares, que actúan más como ONG que como un Ejército de ocupación. Y en eso, Basilio se las pinta sólo. Pero no es el único. Otra mujer que no dejará de recordar a quien le escuche su primera impresión en un hospital de Mostar oeste será la zaragozana Elvira Pelet, una teniente médico entregada a la causa de los niños bosnios como pocos. Al igual que Basilio, Elvira, destinada en Castillejos II y en el Hospital Militar, ha repetido varias misiones, como si no terminaran de cansarse de vivir seis meses al año lejos de casa.

La gloria anónima de los militares aragoneses que pasaron por Bosnia _a los que hay que sumar a muchos voluntarios de ONG_ llega hasta el punto que de sus filas han salido estrategas muy reconocidos como el capitán Antonio Salas, quien por méritos propios llegó a ser el segundo del representante de la Unión Europea en Bosnia, el español Carlos Westendorp. Antonio, un enamorado de Bosnia -hasta el punto de haber abandonado el Ejército tras volver de allí y pasar cinco intensos años entre Mostar y Sarajevo-, dejó boquiabiertos a un grupo de periodistas españoles que acompañábamos al rey Juan Carlos en su histórica visita a la Agrupación Aragón, en las Navidades de 1996.

“La comunidad internacional quiere que estemos aquí, peor por qué no se fijan en cualquier país de África”, comentaba, “aquí hay mucho odio y para quitar todas las minas que hay colocadas nos hace falta tres años sin parar”. Es verdad. Fue el Rey, y hasta cuatro ministros de Defensa o dos presidentes del Gobierno. Y como los aragoneses son los que más inviernos han pasado en Bosnia, por aquello de ser brigadas de Montaña, pues les tocó recibir al monarca y posar en aquella foto que pasará a la pequeña historia de los militares en la plaza del Pilar de Medgujorge, en la que el rostro real estaba rodeado de soldados de Huesca. Seguro que la foto o los periódicos que la reprodujeron están en más de un cuartel o una casa para recuerdo del paso por aquella guerra, que nadie podía contener a pesar de que había terminado. Algunos fallecieron en accidente de tráfico, otros fueron sacados de las gélidas aguas del Neretva, color turquesas, y los menos, como el general Julio López Guarch, lo hicieron al volver de Bosnia de una larga enfermedad. Riojano de nacimiento y aragonés de adopción, López Guarch fue el jefe de la primera Agrupación Aragón. A su templanza y carácter abierto se debió sin duda que serbios, croatas y musulmanes se sentaran en torno a una mesa en Stolac después de un conflicto encarnizado y, alrededor de varias botellas de Somontano, hablaran y facilitaran la localización de muchas minas que impedían la vida normal de muchas personas. Bajo su mando estuvo uno de los pocos soldados que optó por hacer el servicio militar en Bosnia en lugar de quedarse en un cuartel en Aragón. Se trataba del decatleta montisonense Álvaro Burrell, quien hacía guardia a la entrada del destacamento de Medgujorge como miembro de la Policía Militar. El Ministerio de Defensa hizo una excepción y lo contrató como profesional por el tiempo que duró la misión, seis meses, y al interesado le valió la pena esta experiencia. {Prefiero estar aquí viendo que sirvo para hacer algo útil que cumplir la “mili” en casa}, comentaba entonces el atleta.

Si el comienzo de la estancia en Bosnia supuso la apertura de brechas entre los frentes serbobosnio y bosniocroata, la continuación fue limar asperezas, encontrar las minas, preparar el regreso de los miles de refugiados a sus hogares (en muchos casos ocupados por familias de etnias enemigas) y hacer de la cruel posguerra un tiempo breve. En la Navidad de 1995, los aragoneses cambiaron su casco azul de la ONU por el caqui de la OTAN y oscurecieron sus blindados, de blancos a verdes. Aunque la misión se profesionalizó y se hizo más policial, lo cierto es que el espíritu de ONG nunca se perdió. Nueve años después, Mostar cambió la faz. Hay restaurantes o tiendas de moda de franquicias italianas; ha recuperado alguno de lo ocho puentes del Neretva que la guerra reventó; pero el bulevar, esa cicatriz por la que muchos militares aragoneses han patrullado y siguen haciéndolo, es un espectro de casas agujereadas por los obuses y sembradas de metralla. En sus entrañas quedan minas sin explotar y muchas historias por contar.

Autor: Ramón J. Campo, marzo de 2001

Enlaces de interés:

Las operaciones en Bosnia Herzegovina (I)

Militares españoles en Bosnia-Herzegovina reparten ropa y alimentos entre la población más desfavorecida de Sarajevo

Sarajevo Roses: War Memoir of a Peacekeeper

Entidades colaboradoras:

CUMEDIAE EaST Journal FACE THE BALKANS Oneworld Platform For SouthEast Europe
(*) Bajo la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
© Casa Balcanes