CASA BALCANES
  Cultura   Cluj-Napoca 18/03/2013

La sección

Adám Bodor nos enseña a agachar la cabeza frente a las comadrejas

Hay sitios donde las comadrejas se apoderan de todo y fornican sin parar, porque la animalidad es el único reducto de sensibilidad que pueden permitirse. Son lugares donde habitualmente el ser humano está obligado a cosificarse, a desprenderse de todas sus propiedades, como le sucede a Gizella Weisz, primero sus botas de fieltro, luego su muda de ropa interior -no hay lugar para la sofisticación parisina adonde ella va a ir, ni tampoco es conveniente portar consigo elementos distintivos que la diferencien del resto, aunque allí no haya nada, o prácticamente nada-. Los objetos de valor, lo que apenas cabe en una bolsa de deporte, son intercambiados por jabón a granel o por zapatos de ciudadanos uniformes, aunque nada de eso hace que Gizella se replantee si el destino que le espera es la recompensa por la que todo el mundo la felicita. La despersonalización a la que asistimos en su camino a una ciudad sin nombre, es el proceso de despojarse de quien vive en un régimen totalitario. Por si tiene dudas, en una de las paradas del trayecto el director de la colonia le ofrece como lectura "Las preguntas del leninismo" y después de frotar con deleite sus bragas le recuerda que ese signo distintivo, esa etiqueta no procede donde ella va a ir.

Todos parecen saberlo todo de ella, mientras ella avanza en esa feliz ignorancia de todo al paraíso nevado donde se borran las huellas, guiada por sucesivos Virgilios en su descenso a un infierno de cosificación, tan largos como los pasillos que recorre el protagonista de "El proceso" de Kafka. A diferencia de ellos, los personajes de "La sección" sí que ayudan a Gizella, a deshacerse de su pasado, de todo lo que pudiera hacerle recordar de dónde viene, cuál era su vida anterior, los placeres con los que disfrutaba y, en lugar de revolverse contra la iniquidad, nuestra heroína reacciona con total docilidad, sin mostrar contrariedad alguna. En su destino no va a necesitar desvestirse, los días se asemejarán unos a otros como rápidamente le desvela su compañero de infortunios, su reacio compañero, porque los años de aislamiento y el apego al que regresa a la civilización, Buckó, hacen que los primeros instantes con Gizella sean todavía más difíciles. Ella no lo sabe, pero aceptando esa especie de martirio místico ha emprendido la ruta para convertirse en uno de esos veinticuatro pedazos de jabón, todos iguales. Bien lo sabe ese comisario político que le requisa la lectura, que ni necesitará, ni echará en falta, porque ella ya sabe demasiado. El horror del relato no puede evitarse toda vez que la protagonista parece resignada a asumir como premio, el castigo de seguir viviendo sin opción para pensar, sentir o formular preguntas que no contengan los volúmenes que toda dictadura prepara.

La sección. Adám Bodor. Acantilado. Traducción de Adan Kovacsics. Barcelona. 2007. 64 páginas.

Autora: Alicia González

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Enlaces de interés:

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