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  Cultura   Serbia 21/06/2012

"Pinceladas balcánicas" en Madrid

La Embajada de Serbia en Madrid ha abierto sus puertas a doce creadores de ocho países para ofrecernos una panorámica caleidoscópica del arte contemporáneo en la región a través de estas “Pinceladas balcánicas”.

Detectamos una especial sensibilidad en quienes aprecian el arte que siempre ha sido una vía de unir a los pueblos y de ahí la acogida que brindó a los asistentes la anfitriona, Jela Bacovic.

Con esa mirada la Embajada de Serbia en Madrid ha abierto sus puertas a doce creadores de Albania, Bulgaria, Eslovenia, Grecia, Hungría, Montenegro, Rumanía y Serbia, para ofrecernos una panorámica caleidoscópica de lo que supone el arte contemporáneo en la región a través de estas “Pinceladas balcánicas”.

Así, tenemos los colores profundos y violentos del albanés afincado en Madrid, Robert Simoni, en los que se percibe ese gusto por una calidad etérea de las tonalidades que a veces, parecen transparentarse, quizá por haber trasladado su amplia trayectoria en la elaboración de vidrieras de gran formato a la pintura

También están los paisajes desolados del grabador Dimitri Papagueorguieu repletos de humanismo en sus figuras, pero con una cierta sensación de desasosiego que recuerda a las pinturas de Paul Delvaux y Chirico. Papagueorguieu, aparte de académico de las Bellas Artes de Granada y de enseñar todo lo que sabe sobre litografía y xilografía en la Universidad Complutense, es convencido del apoyo al arte del que él mismo dio prueba en su momento con la donación de medio millar de grabados al Museo de esta disciplina de Jaén.

Más conceptual es la fotografía de la autora búlgara Dilyana Glogova que en sus juegos ópticos captura al espectador emocionándolo desde la pureza de sus colores en trazos que casi componen arquitecturas dibujadas en una alquimia visual.

La de Sara Oblisar es una obra de protesta, se diría que lindando con el graffiti callejero, muy actual y con un mensaje rupturista donde imágenes de la sociedad de consumo como esa Hello Kitty gigantesca aparece desdibujada, pintarrajeada y muy urbana. Una obra fruto de la reflexión que sostiene la extensa trayectoria académica y artística de la serbia como coordinadora del Consejo de Colaboración Internacional en SPUU 2004-2005.

Por su parte, Filippos Tsitsopoulos nos empuja a escenas aterradoras, de personajes destinados a desaparecer detrás de bodegones imposibles, deconstrucciones de nosotros mismos que enseguida traen al público a la memoria los retratos de Arcimboldo, pero también la deshumanización de Miquel Barceló con esos hombres de cabezas monstruosas de barro en la performance “Los pasos dobles” en Mali.

En esa línea de perder o encontrar al ser humano en el trazo encontramos a Zoltan Gabor Fodor-Lengyel que mostró algunas piezas de su serie “Olé-olé” en las que reconocemos a esa mujer racial, andaluza, recompuesta a través de los pedazos que a todos nos conforman.

La montenegrina Yaki Bonacic Doric nos ofreció algunas de sus piezas que, a modo de palimpsestos conservan los colores y formas entrevistas bajo rayaduras, rasgados, manifestaciones de un espíritu en discordia con lo establecido que nos invitan a retornar a lo esencial, a un mundo pseudo-naif donde fuimos más auténticos.

Con Anka Moldovan Feier nos reconciliamos con el ser humano, sobre todo en esas miradas femeninas tan sugestivas, pero también en el tránsito neblinoso de lo que podría ser un retrato de familia, seres sin rumbo como extraídos de ciudades invisibles por las que transitan.

Más abiertamente figurativa es la obra pictórica de Tudor Serbanescu, imaginante de espacios legendarios que en esta ocasión nos trae diosas-escorpión y mujeres cubiertas con velo que, tal vez sean una misma persona desprovista de aderezos o cargada de un misterio invisible.

Nikodim Divna Nikolic no se detiene ante la dificultad de los distintos soportes, jugando con la piedra natural o con la seda con la misma delicadeza, aunque esta vez la artista serbia recrea las emociones de un arte con sabor grecolatino y al tiempo muy posmoderno en sus mosaicos.

Abiertamente sentenciosa se presenta Yelena Petrovic que, como en un cuaderno de dibujo con imágenes apenas esbozadas de un bestiario perfectamente reconocible, reconviene al espectador de esas torpezas del corazón humano.

Por último, mencionar a la joven Andjela Mladjenovic, impregnada de funcionalismo ruso y Bauhaus en collages que nos observan y estructuras que revelan el color o lo ocultan desde su geometría inefable.

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